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DIGNOS REPRESENTANTES DE LA CIUDADANÍA


Intervención de nuestro colaborador José Manuel Urquiza:

Alucinan en colores. Todavía no se creen lo que han conseguido, adónde han llegado en la vida. Quién les iba a decir hace sólo unos años, cuando fracasaron en los estudios y/o renegaron del ingrato trabajo, que con el tiempo se convertirían en autoridades civiles, que mandarían desde un despacho bien dispuesto, con secretaria y mesa de reuniones lista para los graves debates, pero también para la oportuna conspiración. Como personas importantes que son, acuden en coche oficial a reuniones de partido, a actos institucionales varios y, en ocasiones, también lo emplean, de tapadillo, claro, en gestiones particulares y hasta en obligaciones familiares. El chófer, agradecido, sabrá callar por la cuenta que le trae. Han descubierto ahora el buen paño de los trajes cortados a medida; celebran el ceremonial de la buena mesa; disfrutan de la comida y el lujo de los viajes a lo largo y ancho de este mundo, organizados por el jefe de protocolo; y aún se reconfortan y distinguen con la presencia del anónimo escolta, de cuyo servicio reniegan hipócritamente, y al que íntimamente desprecian.

Fueron pioneros en el uso gratuito del teléfono movil, allá por los 90 (sí, tanto tiempo llevan enganchados a la teta), y han devenido expertos ahora en el manejo del iphone (¿ o es ipad?), de última generación, por supuesto, que utilizan con fruición, aunque banalmente.

Cobran todos los meses, por distintos conceptos retributivos, con fidelidad perruna y puntualidad inglesa. Pero se quejan amarga y discretamente de lo escaso de su estipendio; no es justo… piensan, teniendo en cuenta lo sufrida y esforzada que es su, por otra parte, incomprendida tarea cotidiana. Aunque, en general, nunca están satisfechos del puesto público que ostentan. El que al principio les parecía suficientemente digno, ahora se ha tornado escaso designio para tan alto mérito como atesoran.

Tienen clara conciencia de clase especial, de casta ( en el buen sentido de la palabra), ya que todos ellos, dignos próceres, comparten alto rango, funciones, privilegios, inquietudes y objetivos. Forman parte de tal casta por derecho propia y capacidad acreditada. Por ende, niegan la entrada en la misma a advenedizos con vocación de servicio público, que mejor estarían en sus cátedras, hospitales y bufetes, en vez de disputándoles inmerecidamente cargos y prebendas. Reiteradamente se les llena la boca con el interés público, o común, o general, o de la ciudadanía, pero en sus estrategias internas, de partido, jamás tienen como referente lo que realmente interesa a la ciudadanía.

En fin, este que he esbozado es el perfil medio de la generalidad de los dignos representantes de la ciudadanía en las instituciones del Estado (Ayuntamientos, Diputaciones, Comunidades Autónomas, Parlamento Nacional y gobierno). Con honrosas excepciones, claro. Quizás nos ayude a comprender por qué las cosas van tan mal en la gobernabilidad de lo público.

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