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LA DESVERGÜENZA DE NUESTRA CLASE POLÍTICA


El panorama político, que condiciona casi todos los aspectos de nuestra vida como ciudadanos, no puede ser más desolador. Por resumir brevemente:

En el plano local, el Ayuntamiento de la capital está en ruinas, nadie asume responsabilidades y los actuales corporativos municipales, de los diferentes partidos, son incapaces de ponerse de acuerdo, -siquiera sea por el bien de la ciudad-, para aprobar unos Presupuestos que garanticen el adecuado funcionamiento de los servicios públicos básicos.

A nivel provincial, la principal y común característica de la mayoría de las distintas Corporaciones Locales que conforman su geografía, es la ineficacia. La inversión pública es escasísima y los Ayuntamientos se limitan a prestar los servicios públicos esenciales, como si fueran gestorías administrativas; pero eso sí, mucho más caras.

En el ámbito andaluz, la inoperancia del Parlamento regional, donde las reyertas partidarias están a la orden del día, la grave carencia de medios económicos, derivada de la política austericida del gobierno central, y la falta de líderes carismáticos, nos dejan una sensación de orfandad política.

Y en el plano estatal el corolario es patético. Empezando por un Presidente del Gobierno mal informado en general, que nunca sabe nada de nada, que no ha leído las sentencias ni los informes del Consejo de Estado sobre asuntos graves; y al que parece que le aburren los problemas ciudadanos, dada su tendencia a escapar de los mismos para que no le afecten. Por no hablar de la corrupción sistémica y cotidiana, que apolilla todas las instituciones públicas, para arruinarlas económica y moralmente; sin que ningún actor principal responda de sus graves consecuencias. Es más, se mantienen al mando los que notoriamente la consintieron y hasta apoyaron. La antigua política pervirtió el sistema y la nueva política está adoptando, deslumbrada por lo visto, los métodos de aquélla. Mientras tanto, siguen sin abordarse seriamente los principales problemas de la gente: futuro de las pensiones, empleo digno, calidad en la sanidad y la educación, etc.

Ya ni nos causa especial sobresalto la cadena de desvergüenzas políticas que nos asaltan cada día. Nuestros representantes públicos nos están educando en la indecencia; y la honradez y la credibilidad son ya valores negociables. Se están abandonando los valores éticos que sustentan una sociedad. Por eso, el inefable portavoz parlamentario del PP, Rafael Hernando, ha llegado a decir, recientemente, refiriéndose a los nuevos valores de su partido, que "mantener principios inquebrantables te convierte en una opción inútil". O sea, que el PP, parodiando al gran Groucho Marx, abandona sus principios ideológicos tradicionales y se adapta ya a cualesquiera principios que le sean útiles en cada momento. No puede ser más decepcionante.

Sabido es que el Estado, con sus políticos y funcionarios, es el precio que tenemos que pagar los españoles por la convivencia pacífica. Lo que estamos comprobando cada día es el acierto del filósofo Ortega y Gasset cuando a mediados del siglo pasado proclamó: "lo peor de la política española es la ausencia en ella de los mejores". O sea, la presencia en ella de los peores.

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