¿LEGALIZAR LA CORRUPCIÓN?
Uno sale a la calle y habla con la gente. Es un clamor. Todo el mundo dice que la cosa está muy mal, que la política se hace en las alcantarillas y que los políticos son casi todos unos impresentables, en el mejor de los casos, y unos corruptos en el peor.
Pero uno no sabe lo que pensar. Si este descontento generalizado fuera un clamor sincero, llegadas unas elecciones, los partidos de gobierno serían vapuleados inmisericordemente.
Sin embargo, la realidad es otra. A pesar de los desmanes de los distintos gobiernos, de la galopante corrupción pública, de la mediocridad del político al uso, de la pérdida de derechos ciudadanos, de la desigualdad social y de la miseria general de nuestra democracia; a pesar de todo ello, digo, hemos sido llamados a las urnas recientemente, dos veces en 6 meses, y el resultado de las urnas deja las cosas prácticamente como estaban, mandando los de siempre.
¿Es esto lógico? ¿Es la gente hipócrita cuando expresa su descontento?. ¿Acaso no es consciente el ciudadano de que la corrupción política, que ha supuesto ya, en las últimas dos décadas, un quebranto a las arcas públicas de varias docenas de miles de millones de euros, la paga él mismo a través de sus impuestos? ¿No nos importa tener unos representantes públicos incompetentes e indignos? ¿Esta incoherencia es fruto de nuestra atávica incultura democrática?...
No sé lo que pensar. En todo caso, mi indignación alcanza el límite cuando escucho a algunos de nuestros próceres políticos decir que su partido ya ha amortizado los escándalos de corrupción y que la prueba de que el ciudadano les ha perdonado las tropelías cometidas radica en que las urnas les han dado, una vez más, la victoria. O sea, como han ganado las elecciones, ya son políticos virtuosos.
Es ignominioso que en este país, el político corrupto, en vez de desaparecer para siempre de la vida pública, lleno de vergüenza, se eternice en ella creyendo que sus crímenes pueden ser perdonados, como los pecados. Es un despropósito que un político enfangado de corrupción hasta las cejas pueda seguir representando a los ciudadanos en instituciones públicas, cobrando un buen sueldo a costa de los contribuyentes, a los que ha estafado previamente. Y los hay a montones, no tienen más que asomarse cada día a los diferentes medios de comunicación.
El que un político corrupto ocupe un cargo público es, como digo, ignominioso. Pero más infame aún es la locura colectiva que propicia el que las respectivas hinchadas de los partidos políticos lo consagren con su voto. Que un ciudadano normal, que apenas sobrevive con su sueldo o los beneficios de su pequeña empresa certifique la validez política de quien le ha robado es, insisto, injustificable.