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HAY QUE RECUPERAR LA POLÍTICA SERIA


A pesar del triunfalismo oficial que nos asola en las últimas semanas, en la calle se respira un pesimismo generalizado en relación con la mala situación económica, la falta de empleo estable y el futuro social, incierto y amenazador. La gente vive angustiada y desesperanzada. La última encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas así lo revela: la gran mayoría de la población piensa que las cosas no van a mejorar a corto o medio plazo.

Con todo, lo peor a mi modo de ver es la desolación con que la ciudadanía percibe la gestión política y la desconfianza casi absoluta en las instituciones democráticas (Ayuntamientos, Comunidades Autónomas, Parlamento Nacional, etc.) y también en los políticos que a título de representantes de los ciudadanos capitalizan dichas instituciones; y, como no, en los partidos políticos, sindicatos y asociaciones empresariales. Nadie que ejerza funciones públicas se salva hoy día de la desconsideración y desconfianza ciudadana.

Es sorprendente este estado actual de cosas. ¿Qué ha pasado en este país en los últimos 10 años para que la gente pase de ver a los políticos como un remedio y una necesidad a considerarlos hoy un grave problema?. ¿ Por qué la gestión de la cosa pública está tan desprestigiada y el manejo de los asuntos públicos es observado con desconfianza ?.

Las causas principales que se me ocurren, entre otras, para explicar este deplorable estado político son las siguientes: a) la grave corrupción en el manejo de los fondos públicos; b) el desprecio de la clase dirigente hacia los derechos consolidados de los ciudadanos; c) la correlativa protección de los poderosos y de sus privilegios seculares; d) la pléyade de prebendas y favores en que se desenvuelve la clase política, cada vez más significada como tal; e) el bajísimo nivel cultural y formativo de las personas que se dedican a la política ( salvo honrosas excepciones, claro).

Nuestra Constitución, la norma que, por encima de cualquier otra, nos obliga y nos ampara a todos, previene que los gobernantes públicos se hallan sometidos a tres características comunes: 1ª) Han de preservar los intereses generales; 2ª) Tienen que estar al servicio exclusivo de los ciudadanos; y 3ª) Deben someter su actuación a la Ley y al Derecho. Esto es lo que establece uno de sus más precisos y preciosos preceptos: el artículo 103.

Sin embargo, vayamos a la realidad: ¿alguien cree seriamente que los gobernantes piensan en el interés general cuando administran o legislan?; ¿ dan la sensación los políticos, en su devenir rutinario, de ser servidores públicos?. ¿Acaso no observamos a diario, sobre todo los operadores jurídicos, que la Administración Pública cada vez funciona de forma más arbitraria y contraria a Derecho?. Pues por eso: por eso la ciudadanía los ve tan distantes y ajenos. Es evidente que se lo han ganado a pulso.

Pero hoy quiero hacer un propósito: es absolutamente necesario recuperar la buena política, la política seria, la de la transición democrática, por ejemplo; es deseable que vuelvan los políticos preparados, los que no se someten al dictado del partido de turno; los que tienen la vida resuelta al margen de la política.

El problema es que este cambio sólo se puede llevar a cabo mediante la regeneración del sistema político, en todas sus vertientes. Y ello sólo lo pueden hacer precisamente los propios políticos que hoy conforman el mismo. Por tanto, mal panorama, señores.

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