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POLÍTICOS CAROS Y SERVICIOS PUBLICOS DEFICIENTES


Este que les habla, observando a diario la realidad política cotidiana llega a la conclusión de que el sistema político que nos otorgamos libremente en España, hace sólo unas décadas, está moribundo, aquejado de varios males, el principal de los cuales es el mal funcionamiento de casi todas las instituciones públicas que conforman la arquitectura constitucional: El congreso, el Senado, el Consejo General del Poder Judicial, la Administración Local, el Estado Autonómico, el Tribunal de Cuentas, el Banco de España, etc.

Pero tal empobrecimiento institucional no es producto de un artificio. Es consecuencia directa del elemento humano que lo conforma, o sea, los políticos que están al frente de tales instituciones que, a su vez, son producto de graves fallos en su selección. Así, factores tales como la carencia de democracia interna en los partidos políticos, la falta de responsabilidad personal y política de nuestros gobernantes implicados en casos de corrupción, su frivolidad en la administración de nuestros dineros, su incapacidad técnica y hasta su falta de liderazgo al frente de una ciudad, una región o un Estado, han confluído todos ellos en la evidente degeneración de la actividad política.

Si dirijo el foco de la crítica a nuestro entorno más próximo, mi desolación es mayúscula. Me basta con hojear los periódicos locales o escuchar los informativos sobre la actualidad granadina. Me resulta difícil comprender como es posible que paguemos tantos impuestos (los que pagamos, claro) para financiar unas instituciones (Ayuntamiento, Diputación, empresas públicas, etc.), que nos salen muy caras, en las que mandan personas con escasísima preparación técnica y casi nula formación política. Políticos muy bien pagados para su escasa capacidad, y que además disfrutan de enormes prebendas y privilegios; políticos que gestionan - de espaldas al interés común, por cierto-, unos servicios públicos cada vez más deficientes y hasta deficitarios económicamente. Basta con referirse al caótico transporte público, a la irresponsable gestión del gasto o al lamentable estado de suciedad de calles y plazas para comprobar lo que digo.

Con todo, si reparamos en las formas, en las conductas y en las aptitudes personales, más vale salir corriendo. No puedo entender cómo es posible, por ejemplo, que un asunto como la Declaración de Patrimonio de la Humanidad, de la comarca de la Alpujarra, haya podido ser gestionado de forma tan personalista, frívola y soberbia. Tampoco es de recibo que el concejal de Economía de la capital celebre la aprobación a machamartillo del Presupuesto Municipal, tuiteando la derrota de la oposición con tan poca elegancia. O que el Alcalde de Santa Fé y su delfín chateen en la red sobre el compadreo en la contratación de personas y servicios en el Ayuntamiento. Son sólo un ejemplo.

Lo dicho: políticos caros y mediocres, y servicios públicos deficientes y deficitarios, son el reflejo más claro de la crisis política.

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